La lucha entre la
moneda local y la extranjera tiene como favorita a la norteamericana, que luego
de entrenar durante una década se ha solidificado internacionalmente como la ganadora
en la injusta contienda. Los apostadores se dividen entre quienes por necesidad
usaron su oportunidad de comprar una entrada revendida y quienes se volvieron
oportunistas revendedores de boletos.
La batalla la libra
el gobierno, que al no inyectar los suficientes valores morales en la sociedad,
ha despertado una crisis que va más allá de lo económico. La escasez y el
declive de la calidad de vida han vulnerado la identidad colectiva e individual
de las personas y por la astucia u omisión de quienes nos representan en el
poder, estamos siendo impulsados a formar parte de la problemática como pequeñas
mafias organizadas. Han despertado el hambre más volátil de los venezolanos,
con un bolívar que solo nos pega fuerte frente a los desorbitantes sobreprecios
que ocasionan las regulaciones, la falta de producción nacional y la
dependencia de la divisa yanqui.
Pasamos de conocer
a una que otra persona oportunista que cobraba por sacar la licencia de
conducir o por el Rif, a tener vecinos, conocidos, amigos y familiares que
venden desodorante, raspan cupos de viajeros en sus distintas modalidades, comercializan
vuelos aéreos a precios exorbitantes y ofertan dólares según el precio paralelo.
Parece una invasión en la que convergen quienes realmente necesitan el producto
y lo pagan con multa, ante el recorte de producción y aquellos que viendo esa
entrada extra de utilidades se profesionalizan como comerciantes ambulantes,
que van cambiando de rubros de acuerdo a la carencia que tenga el mercado.
En la hoja
presupuestaria venezolana fue incluida la “vacuna” como una especie de impuesto
legal, el cual se ha convertido en una enfermedad extremadamente contagiosa que
ha infectado a los que buscan explotar la poca producción que deja entrever la
escasez, en todos sus ámbitos. Así los enfermos van sobreviviendo y contagiando
a los demás.
Las circunstancias son
ocasionadas por la falta de una seria gerencia gubernamentaria, que dice
llamarse socialista, que además de comulgar en favor de las multas ya
descritas, criminaliza a otros por orquestar planes terroristas, cuando son
ellos los verdaderos promotores y ejecutores de los distintos desabastecimientos.
En la calle sigue la lucha para comprar un pañal que contenga o disimule el
gran excremento al que nos han sometido, tras el robo de tanto dinero en dólares
y en bolívares, que sería difícil imaginar cuánto espacio físico ocuparía si
estuviera tirado en el suelo.
La moneda
americana, digna representante del capitalismo “salvaje” tan criticado por los
boliburgueses, se volvió una moda para los rojos rojitos y para los disfrazados
de ese color. En esta escala superior están quienes ni pagan por apoderarse de
las lechugas, con las que esta tierra tan fértil de manjares, pero con una
pobreza intelectual inducida por ellos, podría volverse un edén. En el medio
del desfile, se encuentra el ciudadano común, el cual solo tiene acceso a una
cifra verde cada vez más regulada y eso ocurre luego de cumplir con un credo bancario
extremo de fe.
La devaluación y la
boludez ha hecho surgir, por decirlo de alguna manera, a donadores y
traficantes de órganos que van vendiéndose, sin darse cuenta, que además de cometer
un delito, se van convirtiendo en pacientes cada vez más enfermos, mientras
otros, cansados de la situación, quieren mejorar su salud en otra nación. Unos
terceros piensan en la cura adecuada para el virus que está dañando a la
sociedad. No hay que ser doctor para darse cuenta que la enfermedad de esta
supuesta viveza criolla no acabará si uno abandona el cuerpo por partes o si lo
vende por completo.
Tenemos que cambiar
al gobierno, sin embargo, el cambio fundamental y más urgente es el que debemos
realizar nosotros. No podemos seguir pudriéndonos por saciar una necesidad
inmediata o por la ambición del dinero cómodo, el cual no vale nada si no
tenemos la opción de una vida digna. De no ser así, seguiremos atrapados en alguna
cola, quejándonos que los bolívares siguen devaluados y el pueblo más boludo.
@MiguelMederico
@Predilector
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