Fuga de envidia
TIENE
DERECHO A NO SER ENVIDIOSO
¡Has
cometido un delito! Te hemos hallado culpable de sentir envidia, responsable de
vivir deseando aquello que crees que mereces o que te pertenece, pero aún es
ajeno a ti. Tu primera sentencia será padecer la angustia que te genera el
saber que por ahora no alcanzas el pedestal que consideras te corresponde. La
redención será librarte de aquel vicio capital que te enferma con el deseo
excesivo de algo que todavía no materializas.
La
principal sospechosa es tu naturaleza humana, que premeditadamente creó un
deseo insaciable en tus pensamientos por algo que no es de tu propiedad. Eres
la víctima y el victimario de un sentimiento y estado mental que te causa una
sensación de dolor o desdicha por no poseer lo que tiene otro ser humano.
¡Has
cometido envidia! Has deseado los bienes materiales de tu agraviado y las
cualidades que no te fueron concedidas. Sabemos que ansías lograr el estatus de
otros. Has dejado fugar tu envidia y eres el principal implicado.
Se
te acusa de ser cómplice de un pecado capital que añora la felicidad ajena. Es
usted el autor intelectual y material de la liberación de tu encarcelado
complejo de inferioridad. Te hemos hallado responsable absoluto de querer
llenar el vacío que te causa la incomprensión de no verte en un mejor puesto de
trabajo y desear el mal de tus acosados.
Con base a la
evidencia presentada lo hemos determinado culpable de generarse sentimientos
dañinos que van generando celos y pensamientos negativos que afectan su realidad.
Culpable de no desarrollar enteramente sus capacidades natas o aquellas que ha
aprendido. Culpable de hacer uso de miradas envidiosas, frases inoportunas y calculadas
para infringir daño. Culpable de no haber madurado en cuanto a las necesidades, ideales
y bienes materiales, generándose rencor, frustración y ligeras etapas del odio.
A pesar que en su
caso no se evidencian daños físicos o agresiones considerables a otras
personas, usted debe saber que esa misma envidia ha llevado a los seres humanos
a cometer
los crímenes que combate la justicia.
Usted, al igual que otros
malhechores, actuaron de forma errada frente la ausencia de respuestas razonables o
de su frivolidad para aceptar que sí hay otras vías para alcanzar aquello que
admira. No supo comprender que algunas cosas no las poseemos debido a la
diversidad biológica, por los dones o deficiencias naturales de los seres y por
la suerte de cada individuo.
Usted estará preso en
la idiosincrasia que tenga para aceptar lo que le estamos diciendo. Sé que se
estará preguntando por qué lo estamos juzgando. Debe saber que este tribunal está
en su propia mente y que la envidia es un sentimiento que no podrá controlar sin ayuda y
sin que primero acepte que es o ha sido envidioso.
Es natural considerar
que uno merece más o es mejor que los demás. No obstante, recuérdese que más
allá de los casos de suerte, ningún logro social se mantiene con la esperanza
de solamente añorar un mejor futuro. Incluso lo fortuito, para perdurar,
requiere de constancia, disciplina, esfuerzo, dedicación, paciencia, cualidades
que no ha desarrollado enteramente y por las que hoy los hemos hallado culpable
de ser envidioso.
Tiene
derecho a soñar y querer lo mejor para usted, pero para gozar de ese privilegio
deberá trabajar constantemente enfocado hacia las cosas que desea. Tiene
derecho a valorarse y debo recordarle que si otros pueden, usted también podrá.
Tiene derecho a aprender y detallar las acciones de las personas que admira con
el fin de poner en práctica ese ejemplo en su propia vida. Tiene derecho a no
ser envidioso.
Le
recomiendo que se dedique a mejorar los aspectos de su vida en los que sienta
que haya una carencia y que desarrolle su sentido del humor, con miras a hallar
su propia identidad. Para ello deberá identificar qué es lo prioritario para
alcanzar su verdadera felicidad, respetando el éxito de los demás. Así forjará
el suyo.
Antes
de dejarlo ir, es necesario recordarle que la envidia es un virus que podemos
desactivar. Haga uso de los derechos que le hemos otorgado para deshacerse de
ese pecado capital.
Queda sentenciado a no quedarse
deseando lo que otros disfrutan o logran y tiene la obligación moral de
aprender de los demás y hacer todo lo debidamente posible por obtener las cosas
que anhela.
Lo
condenamos a comprender las horas de entrenamiento, estudio o trabajo que
usaron las personas exitosas como sacrificio para lograr sus metas.
Queda
libre bajo la comparecencia de no esperar que su suerte haga todo el trabajo. Si
deseas algo, haga que suceda.
Miguel Mederico
@MiguelMederico
@PrediLector